Buscándome/te



- Ven, coge asiento. Quizá hoy podamos terminar nuestra conversación. A nadie le gusta dejar las cosas a medias. Y, sin embargo, aquí estamos, en este bar entre la ciudad y las afueras. En esta ciudad donde resides, pero no vives, o empiezas a vivir, pero donde no naciste. Sin mirarnos a los ojos salvo por pequeños instantes. Y dialogando a medias, como hacemos siempre. Tienes razón, es lo que más disfruto. La humanidad necesita que las cosas estén por resolver para sobrevivir. Sino…sino tendríamos que enfrentarnos a la verdad en las miradas de los demás en cada momento, en cada hora del día ¡Imagíneselo!  Un vagón de metro en el que no pudiese mirar hacia el infinito como habitúa a hacer, en el que tuviese lidiar con la trasparencia de los rostros ajenos de la manera más burda ¿Suena terrible no cree? Así me lo figuro yo. Hace tiempo que pienso esto y hace tiempo que me di cuenta de que soy incapaz de seguir ese modelo de vida. Odio los días a medias, los días mediocres. Hacen que me consuma. Eso me recuerda a un curioso personaje que me presentaron hace algún tiempo. Su nombre, lo desconozco, pero bien sé de sus hábitos y de su vida, si así puede llamársela. Era una especie de anacoreta de sus ideas. Afirmaba que no había nacido como el resto de los humanos lo hacen, había algo raro en él. Su principal argumento para defender esto le remontaba a los días de escuela, pues pronto advirtió su peculiaridad. Narraba con pasión una escena de mucho desconsuelo en su niñez, y la situaba curiosamente durante una clase de Conocimiento del Medio en la que abordaban el tema de las funciones vitales de un ser vivo. Él estaba expectante, ¡Pocas veces habían de revelarle una verdad así! La confusión, o más bien decepción, le sobrevino al leer esas sentenciadoras tres palabras: nutrición, relación y reproducción. Al parecer, no conseguía identificarse con ninguna de ellas, por excéntrico que parezca. Los años pasaron y esas divergencias se hicieron cada vez más evidentes. Fue entonces cuando empezó a analizar esta cualidad que para él era única, y resultaba tan extraña para el resto. Llegó a la conclusión de que había nacido, en efecto, de una manera bien distinta al resto de humanos. Había nacido para pensar, no para vivir. Por ello, y prácticamente de manera inconsciente reducía los ejercicios más imprescindibles a su mínima expresión. No comía tres veces al día sino una o ninguna. Se relacionaba con pocos o con ninguno, si lo hacía era con voz pura, comedida y a una distancia cercana. En este aspecto he de decir que es de los pocos individuos con un habla tan intensa que no necesita de largas distancias para fluir. De hecho, detestaba el griterío, las palabras mal medidas, aun cuando propias, y las conversaciones de relleno. Por último, la sentencia quizá más perturbadora que pude escuchar directamente de sus labios, probablemente porque cambió su expresión en sobremanera y pareció afectar profundamente a su alma, llegó en forma de pocas palabras:
-No entiendo el amor, o más bien soy incapaz de proferirlo-. ¿Curioso personaje verdad? No se impaciente, ya hablaremos más de él en otro momento. Ahora quiero que me hable usted. ¿Qué ha venido a hacer a esta ciudad? Sí, he advertido que no es esta su ciudad, viene usted de lejos. A un extranjero se le reconoce fácil hoy día, sobre todo a uno como usted. Permítame la licencia de prejuzgarle al afirmar que no le veré a usted con cámara y mapa en mano, ávido de cultura y sociedad por nuestras calles. Creo que ha venido aquí buscando algo, aunque aún no sabe bien que ¿Me equivoco? Cuando uno busca algo empieza siempre por el lugar más mediocre. Por eso vino aquí, y por eso ha despertado mi atención. Se hace tarde, quizá debiera dejar ya de trabajar. ¿Qué cuál es mi dedicación?
¿Qué pregunta más poco apropiada no cree? Pocas personas serían capaces de responderla de manera íntegra, después de todo, ¿Quién sabe a qué dedica su vida? Pocos son tan calculadores, generalmente, nos limitamos a improvisar. Sí, entiendo su pregunta perdóneme, pero a veces es bueno sacar las cosas de contexto ¿Sabe?, para coger perspectiva. Por ejemplo, yo he sido siempre un gran montañero, amante de la naturaleza y la supervivencia. Pues bien, no pasaba salida al campo en la que no hubiera de preguntarme donde estaba. No por no saberlo, ya le he dicho que era yo un buen conocedor de ese terreno. Era más bien una costumbre para mantenerse despierto. Respondiendo a lo que de verdad usted quería saber, digamos que según la sociedad podría ser calificado como vago o maleante, un despojo social. Veo que esto le sorprende, quizá hasta cree que lo digo de una manera romántica para idealizar mi situación. Le desmentiré, entonces, que no es así. Realmente, mi única dedicación por así decirlo en estos días es permanecer aquí, en el punto medio. Sólo así se convierte uno en eterno. Vivo cada día una vida distinta, de múltiples personalidades y cada día dejo a medias esa vida. De esta manera, le puedo afirmar que para mí no pasa el tiempo. Hoy quisiera ser usted, y en parte, ya lo he sido ¿No cree? Se hace tarde, debería continuar con su vida, y yo por mi parte debería estudiar mi siguiente papel. No, espere, lo he pensado mejor y creo que me gustaría verla otra vez. No suelo hacer esto, pero tampoco suelo tener nada tan curioso que estudiar. Vuelva mañana, estaré en el mismo sitio, puede que esperándola o puede que esperándome a mí.


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